En el póquer, no todo vale. Es un juego de rituales, no solo por la preparación mental previa al juego, sino también, sobre todo, por cómo los jugadores se sientan alrededor de la mesa e intercambian miradas. Observar el lenguaje corporal del oponente ayuda a calcular el valor de sus cartas. Por lo tanto, una mesa de póquer hecha a mano, de líneas limpias, curvas elegantes y detalles sutiles es una parte esencial de este ritual sagrado. Mark Lackley trabajó hasta el más mínimo detalle para crear una mesa de juego que funcionara con precisión y que perdurara en el tiempo, hecha a mano en Vermont para convertirse en un tesoro de los que se transmiten durante generaciones.