Durante décadas el crecimiento de las empresas vino determinado por su mayor número de activos físicos ya fueran edificios, maquinarias o equipos de producción. Sin embargo, ahora su éxito depende de sus activos inmateriales que no pueden verse ni tocarse, pero que son capaces de generar un enorme valor.
El desafío de las empresas de hoy no consiste en captar capital físico, sino humano. Un ingeniero, un diseñador o un programador escoge trabajar en una empresa porque se identifica con los valores de la misma, porque sabe que allí se sentirá motivado y valorado, porque está seguro de que la empresa en cuestión le permitirá desarrollar su carrera en un ambiente confortable.
Este tipo de perfiles tan demandados valoran unos intangibles muy específicos como el saber que la firma para la que se trabaja va a mejorar la vida de miles de personas con su tecnología, o que muestra un respeto verdadero por el medio ambiente o que hay una mezcla excepcional de inteligencia y humildad que la hace única.